miércoles, 18 de febrero de 2015

Me sitúo dejando de lado las brumas,
entre la saciedad y la autocomplaciencia,
cubro de negros andrajos mis carnes
admiro desde la distancia
el cruel salvajismo de la libertad.

Muero entonces de envidia,
y revientan mis venas
como mariposas dentro de un microondas.

Las aceras se dibujan con trazos hermosos,
desde el coche miro desorientado,
soy el enfermo imaginario,
el adalid del fracaso.

El ferroso sabor que dejan en mis labios las ostias de realidad
regulan la fantasía,
son el observatorio para la decencia y la moral de un discapacitado social
en un mundo de poses y espejos,
la base apropiada para sustentar
el rascacielos de barro
desde el que una vez soñé volar.

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