miércoles, 6 de mayo de 2015

 Desde la periferia de la misma vida
observo las ondas de luz
en su esplendor,
y las bocanadas de dióxido
amplían la pesadez
que de mis párpados
al sonido celeste de las tragaperras
esparcen en quintos y tercios.

Tatúo cuarenta decepciones en la espalda,
y de la imagen
queda la duda de un pasado que soñó en futuro,
y un presente difuso:
                                 polvos sin ángeles
                                 ni arcángeles.

El sabor del infierno se destila
de la sangre del espejo,
la misma que surca perfecta
la muñeca del cobarde,
densa y oscura melaza
de fracasos y olvidos.
Y como un dios senil que orina en los ascensores,
canturreo  rabiosas letanías por las aceras,
mientras vuelan,
sucias,
las gaviotas,
sobre los tejados del profeta.

Reconozco entonces el esperpento
travestido de adjetivos,
de demagogias y tristezas,
y observo con ojos comatosos
mi sombra en el asfalto.


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