lunes, 11 de enero de 2016

Un batir de alas,
sonoro como las olas del fin del mundo
se escurre por las paredes.
Miro sus grandes pechos y busco
el equilibrio en el respaldo del taburete.

La música sitia a los malditos,
boquean sonidos herméticos,
The xx,
Infinity es una oda a los sonidos graves.

El camarero trae whisky,
ríe y derrama el dorado tesoro
sobre su boca abierta,
siento la presión entre las piernas,
desvío la mirada mientras me enfrento
al descenso.

Sus labios mojados me encienden.

Un reguero de sudor desciende por su cuello,
huele a sexo y a rutina,
excitado
busco mi sombra en el espejo
mientras bebo de un trago
lo que queda de cerveza .

Intento articular palabra.

Se levanta,
sus caderas forman una preciosa curva,
agonizo al imaginar
el suave arqueo de su espalda
sobre el capó del coche.

Suena Him, Wicked Game,
y ardes en la pista,
detengo por un instante el circular movimiento
del espacio
y detengo el tiempo,
floto sobre cabezas de gente sin piel,
examino sus piernas,
la perfecta armonía de los muslos
en mística unión con la vida.

Mareado vuelvo a la barra,
Kings of Leon y Sex on fire,
me muerdo el labio cuando se sienta a mi lado,
pide otro whisky y me sonríe,
respiro hondo y eructo.

Otro macho en celo se acerca.

En ese instante toco fondo,
lamo el suelo y maldigo las horas vacías,
la lentitud lamentable de la agonía.

En el coche reclino el asiento,
el frío de la madrugada atraviesa las ventanas,
cierro los ojos,
demasiado borracho para conducir,
demasiado cansado para empotrarme
contra la mediana de la autopista.

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