sábado, 18 de febrero de 2017

En las ráfagas de la triste realidad,
entre los escombros de toda una vida,
hay belleza.
Las sombras alargadas de la rutina,
las grietas habitadas de la pared,
los charcos oscuros del asfalto,
son versos ya escritos que merecen un poema.
Y no hay corsé
ni medidas
que se adapten.

Y si de los cielos acuden serafines que a los arrabales,
a la nostalgia de lo absurdo consiguieran ceñirse,
del caos resultante
cabezas erguidas,
lenguas de fieltro,
junta-letras de piel fina
y modales de cerdo
aceptaremos,
que en el versar,
-aunque sea invierno y la poesía tirite de frío-
en el versar,
también hay clases.

Aquellos que en la escuela estudian
estructuras precisas,
en ocasiones olvidan volar,
digerir el intangible misterio
que todos compartimos,
que empapa por igual al citado
y al anónimo.
Un alma universal,
un solo espíritu reflejado
en los ojos morados,
en los llantos arrepentidos,
en los gritos desgarrados.
Un alma que ríe frente al espejo,
que bucea entre los edificios,
que se corre con poemas  vacíos
perfumados en alquitrán,
sin ninguna carga poética...


... son sólo versos,
pensamientos sin sentido.

Arcadas de un loco soñador,
-tal vez un poco gilipollas-
que se cansó de soñar,
se cansó de creerse poeta,
se cansó de contar historias,
cuando, al parecer, lo importante,
era contar las letras.

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