miércoles, 10 de enero de 2018

Manuel G. contaba minutos,
creía fírmemente en la capacidad
de segmentar los silencios,
vertía su magnetismo
en secretos recipientes temporales.

Manuel G. prefería la viscosidad
de los minutos nocturnos,
los consideraba imprescindibles
para delimitar las fronteras
entre Universos.
Los minutos en compañía, sin embargo,
parecían saberle a hierro,
les resultaban elásticos, cromados,
como una estela de emociones
en un mar de vanidades,
eran segmentos estancos.

Adquirió con la práctica Manuel G.
la capacidad de alterar
la relativa duración
de las medidas exáctas,
y jugaba con el humo de bellota
enredándolo entre sus dedos,
entonces Manuel G. cabalgaba turbulencias,
plegaba galáxias sobre ejes de dilitio,
y desde un monolito de lácteo granito
pronunciaba discursos perdidos
a los fantasmas de la antimateria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario